Dios nos hizo libres para valorarnos o despreciarnos, para amarnos u odiarnos, para desarrollar nuestras capacidades o para embrutecernos. A nosotros mismos y a los demás, pues nos realizamos y existimos en la medida en que otros seres libres como nosotros conocen y aprecian lo que hacemos. Sin los demás en libertad no somos nada.