¿Hay algo más espectacular que las sinfonías de Beethoven?
¿O de Malher?
¿Más íntimo que Shubert, Chopin o Litz?
¿Más añorante y a la vez tranquilo que el Moldava de Smetana?
¿Más triste, espiritual y agradable hasta la médula que el Requien de Mozart? ¿O más místico que su Ave Verum?
¿Qué hay más alegre para el espíritu que la Oda a la alegría de Beethoven?
¿Qué más cercano a la gloria de Dios que el Haleluja de Haendel?
¿Qué más enardecedor, más hermanador que los coros de Verdi?
¿Qué más grandioso que la introducción al Zaratrusta de Richar Straus? ¿Qué mas intimo que la increible expresión de su lied Morgen?
¿Y los valses vieneses, con ritmo amable, divertido y volador que nos hacen mover la cabeza y el cuerpo disfrutando al oirlos cada primero de año? Alegres, emocionantes y románticos valses…
La magia, el valor y el heroísmo de la música de Wagner. ¿Hay algo más negro, oscuro y tétrico y a la par bello y hermoso que la muerte y entierro de Sigfrido? ¿Más heroico que la mitologia del Santo Grial, Lohengrin y Parzival, sublimada por Wagner? ¿Más dramatismo y Amor que en Isolda?
¿Y más descriptivo y hermoso que Las Cuatro Estaciones de Vivaldi o la bucólica Sinfonía Pastoral de Beethoven?
Este es el legado de nuestra historia verdadera: la música, la ciencia, la literatura, la arquitectura, la escultura, la pintura de nuestros antepasados que nos ha legado un patrimonio de belleza y sabiduría que parece increíble que se desarrollara en un mundo en constantes guerras y revoluciones. Que se desarrollaba por encima de avatares políticos y militares construyendo la verdadera cultura, la verdadera superación de la condición humana hasta casi tocar el Cielo.
Este es el legado cada vez más desconocido y olvidado por la indolencia de los humanos.
No hay futuro sin pasado, sin aprovechar el legado de los antepasados.