A propósito de la transición y Suárez

Durante la transición española, deseada pacífica por los españoles, se tuvo una gran oportunidad de evolucionar hacia un régimen democrático moderno y avanzado. Pero no fue así. La presión y la voracidad de la nueva clase política lo impidió.

En 1977 se abrieron las puertas a una jauría de ambiciosos políticos de izquierda y derecha, deseosos de poder, que se repartieron el pastel aprovechándose de la voluntad de democratización del Régimen político existente.

Gracias a Suárez, un político sensato, honesto y buena persona, que tuvo que sufrir esta situación, las cosas se desarrollaron con moderación a pesar de las presiones y del terrorismo. Pero nunca le dejaron ir más allá y, cuando ya les dejo de ser útil, le obligaron a dimitir.

Aunque no hubo ruptura legal, sí hubo ruptura política, no permitiendo introducir ninguna innovación democrática respecto a las europeas y reforzando los partidos con listas cerradas y los nacionalismos con la representación parlamentaria en función de los votos.

En vez de crear una Constitución en la que el protagonista fuera el pueblo, en que el poder residiera en los ciudadanos, se creó una Constitución en la que los protagonistas fueron los partidos políticos, en que los protagonistas eran los territorios, no los ciudadanos, desmembrando así España atentando contra la cohesión e igualdad de los españoles.

La ambición, el fundamentalismo de los políticos de entonces, dio al traste la posibilidad de instaurar una democracia más evolucionada, más auténtica, con clara división de poderes, más cercana al ciudadano, volviendo a un régimen de partidos, con un sindicalismo corrupto e irresponsable, que ha acabado siendo el régimen partitocrático y regionalista que ha arruinado España volviendo a la permanente confrontación.
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