La soberbia es un mal omnipresente entre los que detentan un poco de poder por nimio que este sea. Se creen que son los únicos que tienen agendas comprometidas, ya no hablan con la gente de antes de acceder al cargo que ostentan, no responden a las llamadas de sus amigos y compañeros de antes, interponen en sus relaciones a secretarios, asistentes, asesores…
Sólo se vuelven humildes cuando los cesan de su cargo, olvidándose de que lamentablemente en política solo se agradecen los favores que todavía puedes hacer y, una vez que cesan, pocos favores pueden hacer…
El engreimiento es tal que se sumergen en una ofuscación total perdiendo el sentido de la realidad.
Se creen poseedores de la verdad y la razón y no escuchan a aquellos que cuentan con el saber y la experiencia que a ellos le faltan.
Sin darse cuenta entran sin embargo en una dinámica de la demagogia y la manipulación, apelando a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas de la gente para ganar apoyo popular.
Para ellos el prójimo no existe, sólo los votos.