Conducir con arreglo a las necesidades, las condiciones de la carretera, del tiempo, del tráfico, y no mirando el cuentakilómetros y buscando los radares es lo razonable. Hay que perseguir a los conductores temerarios y premiar a los buenos conductores y no tratar a todos como borregos y posibles delincuentes. Lo que pasa es que lo que prima en las Administraciones Publicas es la recaudación: Un ejemplo paradigmático es el del Ayuntamiento de Poio, que estuvo poniendo multas de 100 euros por girar la cabeza hacia donde habían puesto una trampa para que los conductores miraran. Otros ejemplos son cuando la Guardia Civil se embosca a la salida de una autopista para multar a los automovilistas que superan en 10 km el límite de velocidad o los radares que ponen en las rectas de las autopistas con cuatro o cinco carriles. Las recaudaciones por multas, tanto de la DGT como de los Ayuntamientos, son desorbitadas. Son un sobreimpuesto y no un medio de garantía de la seguridad vial. Solo en Madrid se producen más de 400.000 multas al año.
Es contrario al buen conducir estar continuamente fijándote en el velocímetro del coche a ver si te pasas impidiendo que fijes la atención en lo verdaderamente importante: la carretera, los coches que circulan por ella y los posibles obstáculos. Y si decides ir más despacio, el coche impide el buen conducir a los demás y tienes el riego de dormirte. Pero lo peor no es eso; lo peor es que impide el desarrollo de la iniciativa y la responsabilidad del buen conducir obligando a que todos se comporten como borregos. El problema es que el dinero y la policía de tráfico se dedique más a controlar el borreguismo que a perseguir al delincuente, al conductor temerario que pone en peligro la vida de los demás.