A la vereda del Tormes
entre juncales tumbado
buscaba los amores
irreal e imaginado.
Buscaba la carne
lisa, joven y suave
de aquella mocita
de cara linda y grave.
Buscaba apretarla
contra su cuerpo
musculoso y terso
y con pasión tratarla.
Al atardecer
a la orilla del Tormes
a la hora de querer
dos cuerpos sin nombre
se dejan hacer…
Una noche de agosto
y una luna radiante
que al anochecer,
en un lugar angosto,
embriaga al amante
hasta el amanecer.
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