La historia está repleta de violencia, injusticias, guerras y pesares; de sufrimiento. Pero también de grandes hazañas, grandes virtudes, grandes héroes y santos. Repleta de amor, de actos fraternales, de actos heroicos, de lucha por el conocimiento, la ciencia y la ilustración.
¿Por qué no identificar todos los aspectos buenos de nuestra historia y traerlos al presente? Las grandes obras literarias, musicales, arquitectónicas, pictóricas, decorativas, sociales; los bellos vestidos y trajes, las majestuosas ceremonias, la liturgia de los actos civiles y religiosos… ¿Por qué no aprendemos sobre ello, por qué no las utilizamos, las usamos?
No debemos desterrar lo bello, lo estético y lo bueno de cada época; desde la antigüedad hasta nuestros días. Está bien que desterremos las guerras, el hambre, la falta de higiene, la incultura, la violencia, la desigualdad y la injusticia de los siglos pasados, pero no todos los otros aspectos positivos, todo aquello de lo que gozaba la clase dominante y que ahora podríamos gozarlo todos. No todo hay que cambiarlo. Sólo lo malo.
Pero no, parece que todo aquello bello y bueno tiene que desaparecer en favor de lo nuevo: sobrio, elemental y feo, donde lo único que lo salva es la tecnología que lleva incorporada. Todo en aras de un supuesto confort y al servicio del dinero.
Aprovechar la historia es disfrutar de todo lo que ha conseguido el ser humano, disfrutar de todas la obras para asegurar un mejor futuro. Un futuro que no se base en la historia es un futuro incierto. Sin historia no hay futuro.
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