Mi querido amigo el profesor Ramón Tamames, de cara a la comida-tertulia “filosófica” que hemos mantenido hoy en su casa con históricas y notables figuras de nuestra sociedad, me ha pedido que reflexiones sobre las siguientes preguntas: ¿Cómo mides el papel de la solidaridad a efectos de la vida humana? ¿Crees que un mayor desarrollo de esa fuerza y de su más íntima manifestación de fraternidad, puede ser tan importante como dijo Juan Jacobo Rousseau en su lema revolucionario de libertad, igualdad y fraternidad?
Antes de responder a sus preguntas, voy a hacer algunas consideraciones sobre las dos obras principales, que se ajustan al ámbito de las preguntas, y el pensamiento de Rousseau que se deriva de ellas. Sus principales obras fueron Emilio, o de la Educación y El contrato social, o Principios del derecho político, mediante las que incorporó a la filosofía política conceptos incipientes como el de voluntad general y alienación. En relación con el lema revolucionarios, aunque las ideas son de Rousseau, el lema Libertad, Igualdad, Fraternidad surgió durante la Revolución Francesa, asumiéndose posteriormente en 1830 como lema de la República Francesa así como también por la Logia masónica del Gran Oriente de Francia.
Rousseau definía el Contrato Social, como El encontrar una forma de asociación capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada uno de estos, en unión con todos, solo se obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes. Para añadir posteriormente que Todo individuo se enajena, con todos sus derechos a favor de la comunidad… Lo que el hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que intente y que pueda alcanzar. Lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Lo que no me queda nada claro.
Rousseau pensaba que la voluntad general representa los intereses particulares que se unen en un pacto conducente al bien común. Pero esto no tiene que ser necesariamente así. Las cosas no son buenas o malas porque lo decidan la mayoría. Sócrates fue condenado a muerte por la mayoría, y esto claramente no fue bueno. Hemos visto cómo un pueblo vota mayoritariamente a un líder que los engaña y es capaz de destruirlo. Véase en caso en Hitler o, más recientemente, el caso del Chavismo.
Hay que entender que Rousseau partía de la situación política de entonces (1770 cuando publicó El Contrato Social), previa a la Revolución Francesa, que era el de la monarquía absoluta, o cuasi absoluta, la imperante en la Europa de entonces. Así pues, sus razonamientos se refieren a la liberación del hombre de aquella opresión que le obliga a obedecer y depender de los que dicen otros y la necesidad de organizarse para que sea la propia sociedad civil quien se obligue a sí misma mediante lo que llama voluntad general realizando un contrato social. Rousseau se manifiesta como un claro defensor de la libertad del hombre cuando recogía en su libro Contrato Social: Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombre, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes.
Desde entonces han pasado casi 250 años durante los que han surgido, desde la Revolución Francesa en 1789, diferentes regímenes políticos conforme pasaba el siglo XIX, hasta el surgimiento de las democracias liberales, que son los regímenes que prevalecen en la actualidad en el mundo, contemplando sus Estados tanto modelos de monarquía constitucional como de república.
Al mismo tiempo muchos de los países han pasado por regímenes diversos de porte totalitario o autoritario, que han generado mucho dolor y muerte, como el marxismo-leninismo, el nacional socialismo o el fascismo. Y períodos de dictaduras afloradas en ocasiones como reacción a acciones insurgentes, y en muchos casos terroristas, desarrolladas por grupos comunistas o anarquistas contra las democracias liberales. Lo que se plantea ahora por parte del marxismo-leninismo populista supone una degeneración, de la democracia, en la que el pueblo se presenta con una voluntad viciada o irracional, una oclocracia o gobierno de la muchedumbre, lo que ya Aristóteles lo pensaba.
Las democracias liberales han mantenido, al menos teóricamente, la separación de poderes, en que la potestad legislativa, ejecutiva y judicial es ejercida independientemente a través de órganos político-estatales autónomos, distintos e independientes entre sí, que preconizaba Montesquieu. Montesquieu argumentaba que todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder. Esta separación desaparece en sistemas parlamentarios como el español en el que el Parlamento nombra al presidente del poder Ejecutivo (no lo elige el pueblo) y nombra a los miembros del Consejo General del Poder Judicial e, incluso, a los miembros del Tribunal Constitucional. Con razón Guerra dijo en su día que Montesquieu ha muerto. En efecto, al menos en España, sí. Ha muerto.
En el caso de las Repúblicas, estas pueden tener un modelo presidencialista, en el que el pueblo elige directamente a presidente que ejerce el poder ejecutivo, o parlamentario, en el que es el Parlamento quién lo elige. Es el caso de Francia o de los Estados Unidos de América. En el modelo de monarquía constitucional, que es el que impera en gran parte de los países occidentales, generalmente siguen a su vez un modelo parlamentario, no teniendo el rey poderes ejecutivos. En las repúblicas parlamentarias, el presidente del Estado tampoco ejerce poderes ejecutivos.
En el Caso de España, el régimen parlamentario y el sistema electoral de listas cerradas han dado lugar a un régimen partitocrático en el que los partidos políticos dominan todas las estructuras del Estado, incluida la judicatura, y las Administraciones Públicas, dando lugar a un régimen perverso en el que partidos muy minoritarios nacionalistas orquestan los acontecimientos políticos. Máxime cuando la educación y el desarrollo legislativo y la justicia, están también descentralizadas y sujetas al poder total del partido político de cada Comunidad Autónoma. Para resolver parte del problema partitocrático, sería deseable un cambio en el sistema electoral. con elección directa al presidente del Ejecutivo por una parte, y elecciones legislativas con listas abiertas por la otra.
En su libro Emilio, o de la educación, cuya obra Rousseau pensaba que era la mejor y más importante de las suyas, decía que El hombre es bueno por naturaleza y que lo que le corrompe es la circunstancia en la que vive, la sociedad. En este libro, Rousseau, al hablar de la educación moral de las pasiones, entre otras cosas, dice: Del amor de sí surge la benevolencia hacia los que los rodean; al ampliarse las relaciones con los demás aparecen las compasiones y preferencias, y a la preferencia por alguien va unido el deseo de ser preferido por él. En este sentido, Rousseau converge en el fondo con gran parte del pensamiento colectivo, histórico y religioso. La tradición judeo-cristiana mantiene que el amor a los demás surge desde el amor a sí mismo: No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19:18) y Amarás a tu prójimo como a ti mismo, (Mateo 22:36-40).
No hace mucho, a un eminente psiquiatra, el profesor Juan José López-Ibor Aliño, hace poco fallecido, le hizo un periodista una pregunta entonces de moda: “Profesor, según usted, ¿cuál es la clave de la felicidad?”. El profesor, aparentemente contrariado, le respondió que él era un médico psiquiatra y esa pregunta no entraba en su terreno. Pero, cuando le iban a quitar el micrófono, lo retuvo y dijo: “La clave de la felicidad está en tu capacidad de amar a los demás”. A tu familia, a tus amigos, a tus compañeros… La felicidad consiste en hacer felices a los demás.
Yo diría más: la felicidad se consigue mediante el reconocimiento de los demás, porque ¿Qué soy yo sin los demás? Porque si escribo quiero que me lean, si canto, que me oigan, si doy una conferencia, que me escuchen, quiero que me admiren…, que me quieran. La Fraternidad que demanda Rousseau solo es real si viene desde la libertad, si se ejerce libremente. En mi opinión el amor solo es verdadero si el que ama lo hace libremente. El hombre ama porque necesita ser amado. Las ideologías que quieren obligar las conductas de los demás terminan en dictaduras opresoras en mayor o menor grado. El comunismo y, en general, el socialismo no liberal, son regímenes opresores y dictatoriales. Algunos han visto en Rousseau, a partir de la lectura de su libro El Contrato Social, como un precursor del Totalitarismo.
Los regímenes políticos, para ser libres deberían centrarse fundamentalmente en defender las libertades económicas, de pensamiento y opinión impidiendo todo aquello que va contra ellas como la falsedad y la falta de transparencia, para impedir la formación de monopolios u oligopolios económicos o de oligarquías y mafias en lo político y social, Su labor debe centrarse en la defensa de la dignidad de las personas y sus derechos al libre emprendimiento y a la propiedad. Pero el liberalismo necesita defenderse de los que, usando las libertades, quieren acabar con las mismas, los que se aprovechan de la libertad para imponer sus intereses políticos, económicos y sociales.
Finalmente, solo quiero concluir con una máxima de Rousseau, que me ha llamado la atención: nadie se extravía por no saber, sino porque cree saber. Eso es lo que pasa con las ideologías no liberales, que quieren obligar a los demás a hacer porque creen que saben, no sabiendo.