Europa ante el abismo demográfico demográfico
El gran problema de Europa es la pérdida de la población, la nula natalidad, la pérdida de población genuina y la invasión descontrolada de inmigrantes de baja cualificación cultural y profesional. En 2050, Europa podría estancarse en torno a los 500 millones de habitantes y perder 49 millones de personas en edad de trabajar en la franja de 20-64 años. España perdería entre 7 y 8 millones de activos potenciales. En 2016 por vez primera en Europa, el número de fallecimientos superó al de nacimientos. Hay que destacar que es el caso de Alemania desde 1971, de Italia desde 1991, de España desde 2016, de Rusia desde 1991. Con un indicador de fecundidad menor del 1,5, Europa tendrá mañana un tercio menos de jóvenes activos que los actuales.
Nacen ahora en España menos niños que durante la guerra civil y la posguerra, en una España muy en precario, y con unos 20 millones de habitantes menos que ahora. Ni siquiera nacían tan pocos niños hacia finales del siglo XVIII, cuando España contaba con unos 10 millones de habitantes, según el censo de Floridablanca. En España la tasa de natalidad por mujer, en los últimos 25 años pasó de 1,47 hijos por mujer a 1,1 en la actualidad, cuando el relevo generacional se asegura con un mínimo de 2,4. En los últimos seis años no ha aumentado la población sino a base de la inmigración de seis millones de inmigrantes de baja cualificación profesional y cultural, de manera descontrolada y en gran parte sin papeles. La paradoja es que aún contamos con un 14% de paro mientras que contamos con un 10,7% de inmigrantes; un 8,7% los no comunitarios. Claro que estos datos estadísticos no tienen en cuenta a los inmigrantes nacionalizados (unos 500 al día). En el conjunto de España mueren más personas de las que nacen. Este saldo negativo es aún mayor en el caso de los españoles autóctonos, y es creciente, como puede verse en el siguiente cuadro de la Fundación Renacimiento Demográfico:
Según la Fundación Renacimiento Demográfico que dirige Alejandro Macarrón “En la gran mayoría de las provincias españolas hay ya más muertes que nacimientos. En alrededor de una decena de provincias hay dos o más fallecimientos por cada bebé, siendo este triste balance de tres a uno en Zamora, y de más de 2,5 a 1 en Orense y Lugo. Según Eurostat, Asturias fue la región de cualquier país europeo, con menos número de hijos por mujer. Canarias fue la segunda. Galicia, la quinta. Cantabria, la sexta. Castilla y León, la novena.
En la Unión Europea, la dinámica es muy similar. Tanto en España como en el conjunto de Europa, quitando años de grandes guerras o epidemias, estamos batiendo récords históricos de diferencias negativas entre nacimientos y muertes.
En Alemania, por ejemplo, donde desde 1972 la población viene decreciendo de manera acelerada, la situación es parecida. Cuenta con un 16% de inmigrantes, la mayoría islámicos. La tasa de fertilidad es de 1,3 hijos por mujer.
Los índices de esperanza de vida son también similares en ambos países, 82 años, lo que les sitúa en la misma pendiente de envejecimiento de la población al no haber relevo generacional. Las consecuencias de la baja natalidad y alargamiento de la vida son, menor crecimiento económico, menor consumo e iniciativas empresariales, un gasto creciente en pensiones y la depreciación generalizada de activos y propiedades.
Europa, a finales del siglo será solo el 6% de la población mundial, mientras que en el año 1950 representaba el 25%.
Hay que tener en cuenta que el crecimiento de la población genera un crecimiento económico. Las ganancias de productividad de los años cincuenta y sesenta fueron de media dos veces más elevados que en las décadas de los ochenta y los noventa. Este multiplicador demográfico estaría en el origen de una parte importante de las ganancias de productividad más elevadas en Estados Unidos que en Europa.
Pero a su vez, un decrecimiento demográfico significa irremediablemente un decrecimiento económico, porque los pisos se quedarán vacíos, las tiendas tendrán que cerrar, el consumo disminuirá y la mano de obra escaseará… Cualquier economista lo tiene claro. El dilema en que se encuentra Europa es que necesitará la inmigración de personas para mantener su nivel poblacional y, sin embargo, no hay una inmigración alternativa.
Hace ya unos años, decía Jim Rogers, uno de los más afamados inversores de la última década recientemente decía: “El principal problema de Europa en el siglo XXI es probablemente el demográfico. El problema de la divisa común o de la deuda gigantesca son grandes problemas, pero el demográfico es el más importante. Si tienes una buena demografía puedes superar la deuda. No habrá italianos en cien años, no habrá españoles en cien años. ¿Hacéis algo para solucionar vuestro problema demográfico? Ésta es una de las razones de que el euro esté en apuros, o de que tengáis problemas con la deuda soberana. Tenéis una población que envejece rápidamente. Hicisteis grandes promesas a toda esta gente mayor y ahora no tenéis el dinero para mantener a la tercera edad. Por encima de todo vuestro peor problema en el siglo XXI es el demográfico”.
Si no queremos resignarnos a desaparecer, es necesario cambiar la tendencia demográfica mejorando significativamente la natalidad incentivando y ayudando a las madres y a las familias en el engendramiento, cuidado y formación de los hijos, futuros contribuyentes que posibilitarán la sociedad de bienestar ansiada.
El problema de la natalidad es un problema cultural, no económico, como podemos apreciar en el cuadro donde se muestra la paradoja de que cuanto mayor es el grado de educación y el PIB per cápita de una población humana, menos niños nacen.
La maternidad y la paternidad debería ser considerada por la comunidad con el gran logro y la gran contribución de la mujer y del hombre. Un éxito social; ya así estar retribuido en todos los órdenes de prestigio social, de preferencias y de reconocimientos económicos. Y no ahora que se considera un fracaso a la mujer que opta por tener y criar a los hijos antes que por trabajar en una empresa o desempeñar un cargo.
Por tanto, las medidas urgentes deberían de venir por el desarrollo de políticas de apoyo político, económico y social a las familias autóctonas para favorecer el crecimiento y la fertilidad de las mujeres, con ayudas sociales, económicas morales, laborales y creando una imagen social de la maternidad como uno de los grandes valores para Europa.
Sin embargo, las nuevas leyes que garantizan y apoyan el aborto, el feminismo entendido como lucha de sexos, el fomento de las opciones LGTBi, la eutanasia, son leyes que inducen a la depresión demográfica y a la desaparición de Europa y de aquellos países de civilización europea.
Para superar estos problemas tenemos que provocar una revolución cultural. Solo la ilusión por el desarrollo de uno mismo, la búsqueda de esa verdad que nos hará felices, que contagie a los que están a tu lado, puede desencadenar un empuje colectivo hacia la libertad de un pueblo esclavizado por un círculo vicioso de ignorancia y relativismo.
Esta gran crisis demográfica de Europa, la baja natalidad y el envejecimiento de la población harán que la presión migratoria para las sociedades europeas sea más fuerte que nunca.
Según datos del Banco Mundial, en 2015 había en el mundo 7.100 millones de personas aproximadamente de las que seis de cada siete de esas personas viven en países de ingreso bajo y mediano. Se prevé un aumento de la población estimándose que en 2010 seamos 8.500 millones, en 20150 9.700 y al final del siglo 11.200 millones. Y el crecimiento será procedente, casi con exclusividad, de los países subdesarrollados. Fundamentalmente de África.
Las tasas de crecimiento de la población son mucho más altas en la mayoría de los países subdesarrollados que en la mayoría de los países desarrollados y aunque en estos países las tasas de crecimiento de la población han disminuido en las últimas décadas, siguen siendo altas porque las tasas de natalidad no han bajado con la misma rapidez que las tasas de mortalidad gracias al saneamiento de las aguas y a la vacunación infantil.
Pero, aunque la tasa de crecimiento de la población de los países en desarrollo ha estado disminuyendo durante varios decenios, el número de personas que se agregan a la población cada año ha ido aumentando porque la base demográfica se ha vuelto mayor.
Estos países tienen una gran proporción de su población en edad de procrear lo que genera un ímpetu demográfico cuasi exponencial. Incluso si las parejas sólo tuvieran el número de hijos suficiente para reemplazarlos cuando mueran, la población continuaría creciendo y no se estabilizará hasta que el grupo más joven llegue a una edad en que ya no pueda tener hijos. Este crecimiento de la población puede hacer más difícil para estos países mejorar los niveles de vida y puede, además ejercer presión de deterioro de su medio ambiente.
En los países musulmanes del norte de África, los índices de fecundidad van desde un moderado 3,34 en Egipto al 7,60 en Níger, situándose los países subsaharianos entre el 5,0 y el 7,6. Todo lo contrario que en Europa, donde, aunque a partir de ahora se tuvieran el número de hijos para poder reemplazarse, la población autóctona seguirá disminuyendo sin remedio. Mientras tanto, el índice de fecundidad Portugal, en España, en Italia, en Alemania, en el Reino Unido y en Francia son bajísimos, próximos a uno,
Sin embargo, el índice, siendo muy bajo, va creciendo en los países como con mayor población musulmana, sobre todo en Francia, donde se han desarrollados más políticas de incentivos económicos a la natalidad que han sidoaprovechadas, casi únicamente, por la población musulmana.
Ningún país europeo alanza el índice de reemplazo de la población.
En el caso de España, si hubiera otros países en Europa sin este problema tendríamos una inmigración desde Europa; pero, como hemos visto, Alemania, Italia, Francia, Polonia, Portugal, Grecia, y otros países del Este, están también en la misma situación que España. Países que van a desaparecer como tales si no hacen algo.
La única inmigración que puede venir aquí es de muy baja cualificación; además, en su mayoría, con una cultura islámica y en gran parte radicalizada. Europa camina hacia el tercermundismo; ya está ocurriendo. Porque al contrario que entre nosotros, los imanes propalan desde las mezquitas la procreación. En algunos países islámicos no ya se mira mal a las familias que no tienen hijos, sino que se las multa y castiga.
Una inmigración descontrolada, de baja cualificación y fanatizada como la musulmana, la cual no ya no se integra culturalmente, sino que intenta imponer su cultura islámica y la Sharía, nos conducirá irremediablemente al tercermundismo económico y culturalmente a la Edad Media. Vamos directos a un precipicio, inmersos en un suicidio demográfico que conduce a una sustitución de la población autóctona por población principalmente islámica.
Para poder conseguir una inmigración cualificada que cubra el descenso demográfico, se deben implantar medidas para el desarrollo de una política activa de inmigración selectiva atrayendo desde todas las partes del mundo a aquellos posibles inmigrantes de interés para los países europeos. También acabando con las nacionalizaciones masivas de inmigrantes y la repatriación de los inmigrantes en situación irregular o ilegal o que hayan delinquido. Esto lo están haciendo países como China o Estados Unidos. La Unión Europea, no. NO lo hace, sino que, al contrario, favorece esa inmigración tercermundista y descontrolada imposible de educar, de culturizar, de asimilar, y que acabará con Europa. La Unión Europea no defiende a sus ciudadanos. La Unión Europea no defiende a Europa.
La contención de la inmigración descontrolada tiene que hacerse mediante un control férreo de fronteras y desarrollando políticas activas de desarrollo económico y contención de la natalidad en los países subdesarrollados a la vez que estableciendo sistemas de apoyo a los inmigrantes en los países de partida hacia Europa para que se queden allí. Nadie desea inmigrar si se encuentra bien en su país.
Es muy importante que nuestra población se dé cuenta de la enorme gravedad de este problema y lo afronte urgentemente acabando con el buenismo culpabilizante y con egoísmo y el desinterés.