El futuro de Europa se ha de fundamentar en la conformación de un ideal entre la población por desarrollar una Europa con proyección del futuro, orgullosa de los logros de su civilización y empeñada en superar sus errores y dificultades, en busca de su superación como faro cultural, científico, tecnológico y humanista; capaz de liderar e integrar el desarrollo de la humanidad.
La Unión Europea actual ha sido construida de manera siempre precaria, sobre bases obsoletas, desde el interés económico y buscando un mercado común a falta de unidad política, sin política económica común y con una unión monetaria sin unión fiscal. Pero lo más grave es que se ha ido creando una burocracia desbordante y carísima.
La Europa del futuro ha de construirse mediante una transformación política, sobre las bases de una nueva democracia. Los regímenes políticos de las naciones que conforman actualmente Europa son regímenes envejecidos, con nacionalismos exacerbados por los políticos, que han fomentado la cultura del subsidio [1] y con una progresiva y extenuante invasión de la vida civil por parte de la Administración Pública. De esta manera hemos llegado a la configuración de regímenes partitocráticos[2], ya obsoletos en una sociedad civil desarrollada y capaz de organizar su convivencia y que de manera progresiva y desde múltiples ángulos de la sociedad así lo reclama. Esta dominio de los partidos ha marcado la creación de una casta dominante, la de los políticos afincados en las Administraciones Públicas Europeas y de cada uno de los países miembros.
La búsqueda del voto, esta invasión de la vida civil por la Administración Pública y los políticos han generado una deuda pública incontrolada, corrupción, sectarismo y actitudes mafiosas, especialmente afianzada en los países septentrionales y con gobiernos socialistas.
La población está desilusionada, hay una falta de ilusión común, desorientada y sin objetivos, con una progresiva pérdida de la identidad cultural y de la cultura en general. Se impone la cultura del relativismo y cuestionamiento de la propia cultura y se promueve de manera irresponsable en aras del buenismo la ignorancia progresiva de gran parte de la población, de manera que se ha creado una gran masa media-baja ignorante y embrutecida. De la defensa del débil se ha pasado a la defensa de la cultura del embrutecimiento y la ignorancia, uno de cuyos exponentes más relevantes es la llamada Telebasura. Esa justificación del delincuente y la demonización del bueno, se expresa en múltiples facetas de la vida, incluso en la imposición de una moda de la antiestética en la decoración, pintura, música, ropa, etc.
Pero el gran problema de Europa es la pérdida de la población, la nula natalidad, la pérdida de población genuina y la invasión descontrolada de inmigrantes de baja cualificación cultural y profesional.
En España la Tasa de natalidad por mujer que se sitúa entre 1,1 y 1,47 hijos por mujer desde hace 25 años, cuando el relevo generacional se asegura con 2,1. En los últimos seis años no ha aumentado la población genuina sino a base de la inmigración de seis millones de inmigrantes de baja cualificación profesional y cultural, de manera descontrolada y sin papeles. La paradoja es que contamos con un 21% de paro -que afecta principalmente a la población española- el mismo porcentaje de la población inmigrante.
En Alemania, por ejemplo, donde desde 1972 la población viene decreciendo de manera acelerada, la situación es parecida. Cuenta con un 16% de inmigrantes, la mayoría islámicos. La tasa de fertilidad es de 1,3 hijos por mujer, incluso más baja que la española.
Los índices de esperanza de vida son también similares en ambos países, 82 años, lo que les sitúa en la misma pendiente de avejentamiento y de la población al no haber relevo generacional.
Las consecuencias de la baja natalidad y alargamiento de la vida son menor crecimiento económico, menos consumo e iniciativas empresariales, un gasto creciente en pensiones y la depreciación generalizada de activos y propiedades.
Si no queremos resignarnos a desaparecer[3], es necesario cambiar la tendencia demográfica mejorando significativamente la natalidad incentivando y ayudando a las madres y a las familias en el engendramiento, cuidado y formación de los hijos, futuros contribuyentes que posibilitarán la sociedad de bienestar ansiada.
Pero para esto tenemos que provocar una revolución cultural, como decía al principio de este escrito. Solo la ilusión por el desarrollo de uno mismo, la búsqueda de esa verdad que nos hará felices, que contagie a los que están a tu lado, puede desencadenar un empuje colectivo hacia la libertad de un pueblo esclavizado por un circulo vicioso de ignorancia y relativismo.
Una última cita: Una civilización no se conquista desde fuera si no se ha destruido a si misma desde dentro. (Will Durant)
[1] El Estado tiene que resolvernos todo: trabajo fijo, vivienda, sanidad, jubilación, subsidio de desempleo, diversiones, atención social para niños, jóvenes y mayores, sin que nosotros estemos obligados a nada. Sin riesgos ni mayores esfuerzos.