Si se tuviera que diseñar un virus como arma para destruir la economía y la sociedad de las naciones, las características del mismo serían las siguientes: Un virus de alta contagiosidad y baja letalidad que provocara el confinamiento y distanciamiento de las personas y que fuera enormemente más letal con las personas mayores, generalmente más conservadoras y, sobre todo, poseedoras de la memoria histórica y de los valores morales tradicionales y el derecho natural. De esta manera se facilita la posibilidad de manipulación de los jóvenes y la ingeniería social. El caso es que este virus, el coronavirus SARS.Cov.2, cumple con estas características. El confinamiento y el aturdimiento social provocado por la continua y contradictoria desinformación facilita el proceso de reingeniería y sometimiento social.
Hace pocos días, mi amigo, el Coronel Luis Enrique Martín Otero, responsable de la Coordinación de la Red de Laboratorios de Alerta Biológica en VISAVET – UCM, estimaba que informar bien no es alarmar, aunque la amenaza biológica sea una realidad potencial que exija anticipación e inversiones bien dirigida, y afirmaba que el nuevo coronavirus pudiera haber tenido un origen manipulado o no, pero si hubiera que crearlo como un arma, este es un auténtico prototipo por sus condiciones de alto contagio y relativa baja mortalidad convirtiéndolo en eficaz arma de destrucción económica.
La falta de información por el gobierno chino y las desinformaciones llegadas desde la OMS y otras instituciones, permitieron, cuando no provocaron, la rápida propagación del virus en Europa con un fortísimo brote inicial en Italia. Una vez propagado el virus, fueron llegando medidas de confinamiento total de la población, mientras sin embargo seguían abiertas las vías externas por las que, por aire y por mar, entraba y sigue entrando el virus. No sé si el escape del virus de Wuhan fue un accidente o no, ni si su diseño fue intencionado o no; pero lo que si es cierto es que ha estado y está siendo aprovechado como arma geoestratégica para aumentar el poder de China y de la nueva izquierda populista en América y España.
Ante un virus como este, muy contagioso pero selectivo, la respuesta también debería ser selectiva:
- Identificar los grupos y características de la población de alto riesgo y establecer normas de protección de estas personas, controlando el acceso a las mismas, impidiendo que accedan personas portadoras del virus y proporcionándolas los recursos y ayudas que sean necesarias.
- Categorizar
al resto de personas:
- Personas con anticuerpos y, por tanto, no susceptibles de contagiar
- Personas sin contagiarse, no incluidas en los grupos de riesgo
- Personas contagiadas sin síntomas o con síntomas leves
- Personas contagiadas con hospitalización necesaria o aconsejable
Obviamente, la personas que tienen anticuerpos y, por lo tanto, no son susceptibles de contagiar a los demás, no tendrían por qué estar confinadas.
Las personas que no se han contagiado y no están incluidas en grupos de riesgo deberían poder hacer una vida normal, con el uso obligatorio de mascarillas en ambientes cerrados y contemplando siempre el distanciamiento. El fin de estas medidas es contener el ritmo de contagio, lo que provocaría cuarentenas masivas y hospitalización acelerada.
Las personas sin síntomas o con sistemas leves que den positivo deben de guardar cuarentena. Para eso es necesario tener habilitados hoteles medicalizados que permitan alojar a aquellas personas que no puedan pasar la cuarentena en sus casas respectivas. También habría que contemplar el problema surgido cuando tenga personas mayores o niños a su cargo.
Por tanto, es muy necesaria la utilización de test y el rastreo de personas que hayan convivido con otras que hayan dado positivo con el fin de que se hagan test de manera preferente y guarden el período de cuarentena de 10 días.
Es decir, para controlar la epidemia es necesario fundamentalmente tres cosas:
- Identificación y protección de las personas de riesgo
- Una profusa realización de test
- Un buen sistema de rastreo
Pero, lo que no es aconsejable, ni parece sensato a todas luces, es el confinamiento masivo e indiscriminado de toda la población. Y menos la paralización de la actividad económica y social, y, todavía menos admisible, la paralización de la actividad política y administrativa.
Recientemente, el 9 de octubre, el doctor David Nabarro, enviado especial de la OMS para el Covid19, en una entrevista con el The Spectator llamó a los gobiernos a dejar de utilizar el confinamiento como principal herramienta frente a la pandemia de coronavirus. «Apelamos a todos los líderes mundiales: dejen de utilizar el confinamiento como su principal método de control”. También llamó la atención sobre los efectos particularmente duros que el confinamiento tiene sobre los sectores más pobres de la población.
También recientemente, Tedros Adhanom, director de la OMS, lamentó profundamente “el daño irreparable que se ha hecho a la economía”, en una comparecencia urgente, que en ningún momento se le pasó por la cabeza que el confinamiento, el “distanciamiento social” y muchas otras de las medidas que ha aconsejado pudieran repercutir negativamente en el PIB de varios países del planeta. “Yo… yo lo siento. La hemos fastidiado pero bien. Hay que admitir que nos hemos equivocado”, declaró.
Y después de esto, el Gobierno de Sánchez ha vuelto a declarar el Estado de Alarma diciendo que su intención es irla prorrogando hasta mayo de 2021. ¿Alguien puede entenderlo? El que tenga ojos, que vea.
La hipótesis militar no parece consistente. Por motivos óbvios: no está claro quien son los opositores y que ganaría al final el vencedor.
Y si és posible eludir al vírus.
Comprar recursos naturales y empresas a precio de saldo. Ya lo está haciendo China, un claro vencedor, y fondo de inversión globales.
Las guerras ahora no son militares…