Desde luego, está claro que la IA supera al hombre actual en su capacidad de cálculo, en la recopilación de datos, y en el manejo en un tiempo récord de enormes volúmenes de datos no estructurados. Hoy, hay sistemas de inteligencia artificial que ya son capaces de componer música, de escribir historias e, incluso, de componer poesías, a partir de los datos con que cuentan y la realización de algoritmos. Todo a partir de datos previos y de manera artesanal, como mediante un corta y pega. La programación informática ya va dirigida, no a “ofrecer peces”, sino a “enseñar a pescar” mediante algoritmos genéricos.

La capacidad de autoaprendizaje, Machine learning o Deep learning, es decir, la capacidad para identificar patrones entre los datos para hacer predicciones, es algo que ya forma parte de muchas aplicaciones en plataformas de videos y películas, en buscadores como Google o sistemas de habla como Alexa o Siri. También ya se usa, por ejemplo, para la mejora de motores de búsqueda, la robótica, la investigación farmacéutica, la agricultura, el diagnóstico médico o prescripción terapéutica. Posteriormente se desarrollaron mejoras sobre estas capacidades mediante el Reinforcement learning, mejorando el autoaprendizaje mediante el continuo reensayo.

Los datos son la fuente del machine learning y sus posibilidades son virtualmente infinitas mientras existan datos disponibles de los que aprender. Los limites de la IA los marcarán los datos que se incorporen. El problema radica en que esos datos pueden ser ciertos o no; pueden ser reales o inventados. Pueden ser falseados de manera intencionada con el fin de conseguir resultados específicos. Vivimos en el mundo de la posverdad. Cada vez una mayor parte de la información contenida en noticias, anuncios, artículos, libros, películas, reportajes, videos, etc. son falsas o, al menos en parte. Muchas noticias, siendo ciertas, se expresan de manera tendenciosa y engañosa. ¿será capaz el sistema de IA de identificar lo verdadero de lo falso? Podrá calcular la media, la mediana, la desviación típica, podrá determinar lo más frecuente, lo contradictorio; pero no podrá determinar con seguridad qué datos son verdaderos y cuales son falsos. Para la IA no hay más que una realidad: la virtual. La IA nunca será humana.

Hoy por hoy, a falta de una regulación adecuada, la IA se puede utilizar para manipular subliminalmente a personas físicas, clasificar socialmente a los ciudadanos o vigilarlos indiscriminadamente de forma remota. Aplicando inteligencia artificial, los investigadores han logrado crear redes neuronales artificiales que pueden igualar el audio de una persona con su imagen virtual, pareciendo absolutamente real, creando una realidad virtual falsa y ajena a la verdadera realidad. Hoy en día hay tecnología que facilita crear estas deep fakes o falsificaciones profundas, que, no solo pueden utilizarse para la desinformación de la población y como arma de la llamada guerra hibrida, sino que pueden ser a su vez fuente de información para otros procesos de IA, falseando así los resultados provistos por las mismas aplicaciones del IA. Nos adentramos de lleno en el mundo de la posverdad, en el que el engaño cada vez será más sutil y más generalizado y formará parte inherente de nuestras vidas.