El heroísmo sucumbe en el agua cenagosa
de la mediocridad;
muere acosado por el rencor de las almas rastreras,
superfluas, que fluyen del manantial con hedor
de muerte anticipada de cerebros indolentes.
El héroe cae agonizando tratando de salir
de las aguas cenagosas que le tiran hacia abajo
entre las voces de odio de los indolentes
que viven en la profundidad de los pantanos.
Masa nauseabunda de fétidas voluntades
que con desidia se juntan para abatir
al héroe envidiado que con fuerza se resiste, lucha y pelea
y vence y gana porque quiere
y porque quiere puede.
¡Oh dioses del Olimpo,
dioses de la luz y las alturas,
olvidados de la mentes de los hombres
que se acomodan a vivir en la penumbra
de una muerte anticipada!
¡Amparad a los héroes,
fortalecedlos!
porque son carne de vuestra carne,
porque son vuestro deseo.
Porque son el triunfo de la vida
que es belleza, que es verdad,
trasparente y luminosa.
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