El hombre está sometido a la angustia de su muerte, necesita encontrar el sentido de su existencia, necesita tener referencias sobre su comportamiento, todo le parece una locura, esta sólo ante todo; es él y el exterior. Un exterior sobre el que no tiene certeza.

Pero el hombre siente lo espiritual, la trascendencia, el más allá. Porque, ¿existe la nada?  Algo imposible. El hombre siente a Dios. Y lo siente de manera absolutamente determinante en la figura de Jesucristo, quien trasmite el mejor mensaje, el mensaje absoluto: el amor.

¿Por qué nos ama Dios? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene? La respuesta está en qué, en quién es Dios. San Pablo, en su carta a los Corintios, decía Dios es amor y hace un precisa descripción de lo que es el amor reiterando: Si no tengo amor no soy nada. Juan, en su primera carta decía: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

Pero ¿qué significa que Dios es amor? Si Dios es amor, Dios ama todo. Todo el universo, conocido o no conocido por el hombre. Todo lo que existe en cualquier forma o manera de la existencia. Pero las cosas no aman. El amor se perfecciona cuando es correspondido. Sólo el hombre es el que puede corresponder a Dios en la medida que es libre para hacerlo o no, para amarlo, ignorarlo u odiarlo. Dios lo ha hecho así, libre, para que su amor sea verdadero.

El amor es la manifestación paradigmática del bien. Y la perfección del hombre solo se realiza a través del amor. Y el amor a Dios tiene que realizarse mediante el amor al prójimo. La clave del Cristianismo está en que Dios nos ama porque somos suyos, porque nos creó a su imagen y semejanza, porque nos hizo sus hijos y porque nos hizo libres para amarle. Por eso debemos amarnos unos a otros porque es la única manera de amar a Dios. Recoge Juan en su Evangelio: Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.

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