La explosión cultural que se produce a partir del siglo XVII se debe a la progresiva conquista de la libertad. El librepensamiento fue determinante para el desarrollo del arte y de la cultura, de la música, de la filosofía, de la ciencia, de la industria y de la economía. Sobre la base del librepensamiento, que se fue afianzando mediante revoluciones, guerras y períodos de paz, se construyeron nuestros regímenes democráticos y Europa se convirtió en faro de la civilización, extendiéndola por todo el mundo.
Y ahora parece que está ahíta, cansada, desorientada, desgastada y atacada desde dentro y desde afuera. El inglés, Joseph Toynbee, gran estudioso de la historia fallecido en 1975 a los 86 años de edad, decía que Las civilizaciones no mueren asesinadas sino que se suicidan. Según Toynbee, una civilización crece y prospera cuando su respuesta a un desafío no sólo tiene éxito, sino que estimula una nueva serie de desafíos; sin embargo una civilización decae como resultado de su impotencia para enfrentarse a los desafíos que se le presentan.
Europa ni siquiera quiere plantearse los desafíos. Y la indolencia de sus gentes les hace impotentes para hacerlos frente. Lo que lleva la ruina de las naciones y los imperios es la indolencia de sus ciudadanos. Una sociedad que induce a no trabajar por nada, que quiere que se lo den todo, que induce a vivir de las subvenciones y de las prebendas del estado de bienestar, es una sociedad sin futuro.
Pero el problema de Europa no es solo el de la indolencia. Los Europeos ha perdido su sentido de pertenencia, el orgullo por lo alcanzado, y se han lanzado a poner en valor lo poco que de valor tienen otras civilizaciones que no alcanzaron su desarrollo económico ni cultural ni político y que solo gracias a la aportación de la civilización europea han sido capaces algunas de salir del subdesarrollo en que se encontraban. Muchos europeos se autoculpan de haber destruido estas “civilizaciones” renegando de la propia. O los europeos reconocen a Europa como su patria y aman a su patria o Europa desaparecerá como tal. Un pueblo que pierde sus raíces no tiene futuro. Como decía Will Durant, una civilización no se conquista desde fuera si no se ha destruido a si misma desde dentro.
Toynbee predijo en su libro «La civilización puesta a prueba» que las principales disputas que se suscitarían en el mundo serían de carácter espiritual, y que la religión sería el futuro campo de batalla en donde chocarían los poderes del mundo.
Hoy parece que la historia le está dando la razón. El islamismo es un pensamiento político-religioso que propugna la sumisión, y que, ante la indolencia de las gentes y la ausencia de valores de muchos europeos, está llenando el vacío espiritual de Europa.
Nuestra sociedad occidental va de camino a la servidumbre
Decía Edmund Burke que lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres de bien no hagan nada. Y Gandhi que lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.
Nadie puede vencer si no tiene enemigo. Si no reconocemos a nuestros enemigos, perderemos. El islamismo sí tiene definido quién es su enemigo: El cristianismo, la civilización occidental. Y luchan contra él en todos los campos: en el financiero, en el demográfico, en el político y en el cultural. Además de la práctica del terrorismo y el terror en la guerra.
En el terreno político se han creado partidos políticos que, en las débiles democracias con mayoría de población musulmana tratan de alcanzar el poder gracias a las libertades existentes para luego acabar con ellas imponiendo la Sharia. Decía el Ayatolá Jomeini: Si el islam si no es político, no es nada.
En el terreno financiero, gracias a los petrodólares, interfiriendo en los mercados para apoyar o desestabilizar países; en el religioso financiando mezquitas por todo el mundo pero, principalmente en Europa. En el demográfico dictando desde las mezquitas la necesidad de procrear y penalizando a quienes no lo hacen. La invasión demográfica de Europa, junto a la crisis de nacimientos de la población autóctona debida a la indolencia, hedonismo y codicia de sus gentes, acabará triunfando pues Europa es incapaz de asimilar culturalmente a tantos inmigrantes que, además, no lo quieren ni quieren que sus hijos se integren. Y desde el punto de vista religioso y cultural poco a poco van introduciendo sus costumbres. Primero lo cultural y, a continuación, lo religioso.
No podemos dejar nuestras libertades en manos de radicales teocráticos, pues acabarán inmediatamente con ellas. Y no habrá entonces marcha atrás. No nos dejarán. No podemos dejar este futuro de sometimiento y pobreza a nuestros hijos e hijas, nietos y nietas. Nos maldecirán por ello.
Tenemos que ser conscientes de que el islamismo es nuestro enemigo. Como lo fue antaño. Desde la Edad Media nos fuimos librando sucesivamente de muchos enemigos. Entre ellos el islamismo. Incluso del clericalismo de estado, primero en la Reforma Protestante y más adelante en los sucesivos convenios con el Vaticano que desembocaron en el Concilio Vaticano II.
Necesitamos en Europa un nuevo resurgir. Una nueva esperanza. Una nueva ilusión que nacerá sobre las cenizas de este presente ignominioso. Debemos de dar respuesta a los nuevos desafíos a los que se enfrenta nuestra civilización. No podemos dar marcha atrás. No debemos caer en una involución demográfica (en la que ya estamos), cultural, económica y social.
Hay muchos retos por afrontar: una nueva medicina, el vencimiento de la vejez, el conocimiento de la vida y del universo, el descubrimiento del amor en libertad y recuperar el sentido de la belleza, una nueva economía, una nueva democracia y un mundo más feliz en libertad para todos.
Nos hemos desembarazado de muchas opresiones como para ahora caer en sometimiento del islam.
[…] un punto de suicidio colectivo, el que nos negamos a reconocer. Ignacio Para Rodríguez-Santana lo ha expresado bien hablando de Europa: «Los Europeos ha perdido su sentido de pertenencia, el orgullo por lo […]