Nunca me he dejado llevar por la multitud, nunca he sido gregario; no me ha gustado sentirme como un pájaro en una bandada o como un pez en un banco de peces. Tal vez me he perdido la emoción extrema del grupo, que grita hasta la extenuación, riendo y llorando entre el gentío. La catarsis de la masa. Lo más que he hecho es aplaudir o vitorear a una orquesta o un cantante en el Auditorio o en la Opera. Los actos de masas me agobian, tengan el carácter que tengan.
Siempre he preferido grupos reducidos, pequeñas reuniones en las que los asistentes no pierden su identidad entre el gentío de la masa sino que, al contrario, sirven para resaltar la individualidad de cada uno, bien sean estas reuniones artísticas, literarias, deportivas o profesionales.
Afortunadamente mi esposa siente y siempre ha sentido igual que yo. Y mi familia también, mis hijos y sus esposas y, supongo, así sentirán mis nietas. Siempre me he esforzado en poner en valor a cada uno de ellos, que sean ellos mismos, que sean independientes y libres. Como también lo hago con todos los que me rodean.
Prefiero ser yo, aún en soledad, que perder mi identidad inmerso en la masa, en el gentío. Gentío físico o virtual. Pero esto no quiere decir que no necesite a los demás, sí los necesito, pero de manera individualizada, no al grupo, no a la masa sino al conjunto de los individuos que componen el grupo. Quiero que cada una de las personas que interaccionen conmigo lo hagan en un proceso de enriquecimiento mutuo, moral, intelectual, afectivo y en todos los órdenes. Porque lo que quiero para mí lo deseo también para los demás. Porque ¿que soy yo sin los demás?: Nada. Y cuanto mejores sean los que me rodean más valor me aportan en la relación.
Las personas son grandes, son ellas mismas, cuando son individuales.
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