El distanciamiento, el confinamiento, el mareo de informaciones y desinformaciones, la inestabilidad y radicalización política, y el miedo a contraer la enfermedad, han afectado, no solo a los enfermos, sino a la población en general. Especialmente a los propios enfermos del Covid19, a los familiares de los fallecidos, a los profesionales sanitarios, las personas vulnerables, y las personas que viven solas, o que han sufrido un golpe económico.
El confinamiento y el distanciamiento social ha afectado a los enfermos que no acudieron a las consultas, a las revisiones, a las pruebas diagnósticas y de control, agravándose sus patologías además de los problemas que pueden haberse ocasionado por la falta de adherencia terapéutica.
También, en el conjunto de la población, ha generado casos de pánico, de ansiedad, pérdidas de memoria, estrés postraumático, insomnio y depresión por evento traumático masivo, tanto en niños como en mayores; un aumento de las depresiones y los suicidios y su incidencia en el personal sanitario. El problema no solo será atender a los pacientes atrasados sino también a todos los pacientes surgidos consecuencia de la pandemia.
El problema es que además esto no se ha acabado. Tendremos que seguir con la angustia de nuevos brotes del Covid19, con la angustia de la posible llegada de nuevas cepas o nuevos virus, con la angustia de un gobierno cuyo ejemplo es Venezuela, con la angustia de la desinformación y el desconcierto provocado desde el propio gobierno y con la angustia de un nuevo tipo de vacuna que nos modificará el ADN y con la que pueda entrar un nanochip en nuestro organismo. Con la incertidumbre de si será verdad lo que cuentan o no y con el desconcierto que producen las diferentes informaciones procedentes de fuentes gubernamentales, organismos internacionales y ONGs.
Pero a esto se une un problema más, fundamental: La gran crisis económica en la que nos estamos adentrando, el cierre de muchos negocios, el enorme desempleo, el déficit y el descomunal endeudamiento público, el consecuente empobrecimiento… y, como resultado, los forzosos recortes en los salarios, las pensiones, la sanidad y todas las prestaciones sociales.
Nos llega ahora otra pandemia, la mental, con trastornos depresivos y secuelas psicológicas, estrés postraumático, ansiedad y depresión, secuelas que se agravarán con esta crisis política y económica que se nos cae encima. Pandemia que no sabemos cuánto durará. Según ha dicho el presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, La pandemia del futuro se llama depresión.
Llegará un momento en que la gente solo buscará la seguridad. El síndrome de Estocolmo se apoderará de la sociedad y aceptará indolentemente el sometimiento en la búsqueda de esa seguridad; se entregará a sus amos a cambio de poco.
Pero aún no todo está perdido. Es necesario un mensaje de esperanza, un mensaje de ilusión y confianza en nosotros mismos; un mensaje que permita a nuestros ciudadanos desarrollar resiliencia frente a la adversidad. Nuestra sociedad necesita ánimo, entusiasmo, valor, aliento, para progresar y no decaer. Y nuestros sanitarios también. El emprendimiento en libertad es el que genera el desarrollo y la historia está llena de ejemplos de cómo una sociedad con esperanza e ilusión es capaz de levantar rápidamente un país.
Hay que luchar frente al abuso, el engaño, y las mentiras de los poderes públicos del Estado dominados por este contubernio sociocomunista que pretende empobrecernos y ahogar nuestra libertad.
Que razón tienes. A veces pienso si me merece la pena seguir luchando.
El desarrollo de la pandemia generada por el coronavirus SARS-Cov-2 está afectando gravemente la actividad médica y quirúrgica respecto a las enfermedades más relevantes generando daños colaterales y el agravamiento de patologías como patologías en Cáncer y las enfermedades coronarias, debido a los atrasos en sus tratamientos y generando un importante atasco, cuando ya sufríamos de largas listas de espera, en algunos casos inasumibles.
Estos enfermos se han retraído de acudir a las consultas y a los hospitales ante el miedo de contagio; pero la accesibilidad a los Centros de Salud se ha hecho muy dificultosa (a veces inviable) y los hospitales se han visto en la situación de paralizar prácticamente toda la actividad que no fuera la de la atención al Covi19.
Bien sea a iniciativa de los pacientes o de las propias organizaciones sanitarias, se han aplazado pruebas diagnósticas, revisiones, consultas y controles que ya están pasando factura en el aumento de la mortalidad.
Los enfermos crónicos, pero especialmente aquellos con patologías silenciosas como la hipertensión, la diabetes o el colesterol, ante el aturdimiento provocado por la situación, relajan la adherencia terapéutica.
La situación de crispación y desinformación provocada por el Gobierno sociocomunista no busca otra cosa que despistar y aturdir a la gente mientras tratan de afianzarse con el poder de todos los estamentos del Estado. Un escándalo tapa a otro generando un mareo y desazón de obliga a la inhibición de la gente para no volverse loca.
El problema está en que la pandemia no se ha terminado. Nos adentramos en el otoño, con la previsible llegada de la gripe y los resfriados. Las vacunas ofrecen todavía muchas dudas y la gente no sabe si se debe de vacunar contra la gripe o no. Los problemas van a continuar. Los sanitarios están cansados y todo el mundo desorientado ante tanta ineptitud y falta de claridad de los mensajes del gobierno. No sabemos qué pasará.
Pero lo que está claro es que nuestro Sistema Nacional de Salud no saldrá fortalecido de esta experiencia. La crisis económica va a ser fortísima y la sanidad se resentirá. Los recortes llegarán a todos y, por supuesto, la la Sanidad. La calidad de los servicios del SNS será cada vez más más desigual en función de cada Comunidad Autónoma. Lo tenemos muy difícil… Dios proveerá.
Qué certero. Pandemia, miedo, angustia, restricciones a la libertad, hecatombe económica y síndrome de Estocolmo. Un cocktail tenebroso.