Hay gente que dice que el Cielo es un estado del alma. Un estado de satisfacción, de conformidad con uno mismo, de gozo de Dios. Por supuesto estas pueden ser atribuciones del cielo. Hay gente que piensa, por tanto, que el Cielo es un estado espiritual a donde van las almas (espíritus) buenas.
Para muchos de ellos el cielo es el estado de bienaventuranza del alma al sentirse satisfecha por su vida, por las cosas buenas que hizo, por el amor que ofreció a los demás. También creen que el infierno es lo contrario, el estado permanente de desasosiego y de remordimiento por lo malo que hizo.
No hablan de resurrección, sino de pervivencia del alma, del espíritu, con conciencia de si misma, sin perder la identidad de quien la tuvo unida a su cuerpo. Aquí se puede apreciar que hay trascendencia a la muerte, pero no de resurrección como proclaman los Evangelios y la Iglesia Cristiana,
En los Evangelios se recogen algunas referencias a la resurrección y al cielo que pueden inducir a este pensamiento: “porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo” (Mateo 22:30). Y los ángeles son espíritus.
Pero para un cristiano el Cielo, es más, mucho más. Los cristianos creen en la resurrección de Jesús; la resurrección de su cuerpo, de la naturaleza humana de Cristo. También creen que Jesucristo, en cuerpo y alma, por supuesto, subió a los cielos. Eso quiere decir que subió al cielo su cuerpo carnal resucitado. El Evangelio así lo da a entender cuando Jesús dijo: “Mirad mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved: un espíritu no tiene carne ni huesos, como vosotros veis que tengo yo” (Lucas 24:39).
Los cristianos creen en la resurrección de la carne y la vida eterna, así se recoge en el Credo y en la palabra de Jesucristo en los Evangelios: “Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:39-40). Y anteriormente: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29)
¿Y qué pasa desde que mueres hasta la resurrección? ¿Cómo es posible que Jesucristo dijera al buen ladrón: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”? (Lucas 23:43) Jesucristo murió aquel día y resucitó al tercer día, pero Él nunca abandonó el Paraíso. Es Dios y, como tal, siempre está en el Paraíso. Su naturaleza divina siempre está en el Paraíso, en el Cielo.
San Pablo nos desvela este misterio de la resurrección: compara la percepción de los muertos desde el momento en que mueren hasta que son resucitados como “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos” (Corintios 15:52). Eso significa que el tiempo entre la muerte y la resurrección es como una fracción de segundo para la persona que muere “un abrir y cerrar de ojos”. Nos moveremos ya fuera del tiempo, nos moveremos en la eternidad.
Jesucristo murió aquel día y resucitó al tercer día, pero Él nunca abandonó el Paraíso. Es Dios y, como tal, siempre está en el Paraíso. Su naturaleza divina siempre está en el Paraíso, en el Cielo.
Todo esto quiere decir que el Cielo no es un estado solamente espiritual, sino también un estado material, donde se ubican los cuerpos de los hombres y el cuerpo de Jesucristo. La materialidad y la espiritualidad están juntas.
Seguidamente expreso algunas citas del Apocalipsis 21:2-10, que se refieren a esto:
“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.
Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”.
Posteriormente, el Apocalipsis (21:4 y 23), dice:
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron”. Y más, “la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria divina la ilumina y el Cristo de Dios es su lumbrera”.
¿Es la Nueva Jerusalén ese cielo material y espiritual al mismo tiempo? Lo que queda claro es que el Infierno (el lago que arde) es la muerte segunda… Consecuentemente, hay que pensar que la Nueva Jerusalén es la vida segunda, el Cielo.