Cada vez dudo más de que la gente crea que Dios está realmente en el pan y en el vino de la consagración. ¿Y porque digo esto? Porque si creyeron realmente que Dios está ahí presente se arrodillarían, porque si creyeran que Dios está en la Sagrada Forma, cuando van a comulgar se arrodillarían y no se atreverían a tocarlo con las manos. Solo las manos consagradas del sacerdote están preparadas para tocar la Hostia Consagrada, que es realmente Dios hecho hombre, por el milagro de la con transustanciación.
No entiendo como hay gente, que se supone devota, se sitúa en las primeras filas y luego, durante la consagración no se arrodillan. ¿Cómo tienen el valor de no hacerlo? Además, ¿no piensan que están obstaculizando la vista de los sacerdotes y de la Sagrada Forma a los que están de arrodillados detrás de ellos? ¿Se creen que ellos pueden mirar de tú a tú a Dios? ¿No es un pecado de soberbia? ¿No sienten vergüenza?
Tampoco entiendo cómo es posible que Personas laicas, es decir sin ninguna ordenación religiosa. Pueden impartir la comunión. Vestidos de calle, sin ningún atributo sobre la función que están desempeñando. En principio, y salvo casos urgentes de necesidad, la Iglesia Católica solo permite impartir la comunión a presbíteros, es decir, sacerdotes o diáconos. Solo de manera extraordinaria está autorizado el acólito y en caso de mucha necesidad, un laico autorizado como ministro extraordinario.
Sin embargo, esto se ha convertido en una práctica habitual en la que, por ahorrar unos minutos, uno o varios laicos imparten la comunión, además de el presbítero oficiante. Por otra parte, estos ministros extraordinarios, laicos, no van revestidos con ninguna vestimenta para este acto para esta ocasión, sino que van con su vestido normal de la calle. Si el sacerdote oficiante va vestido con una vestimenta especial, con la casulla y restos de elementos, que significan la pureza, el respeto a Dios y la devoción, ante el acto que van a desarrollar, no entiendo por qué se vulgariza la situación para el resto de participantes, aunque sean laicos nombrados como ministros extraordinarios “had hoc”.
Está vulgarización, esta ausencia de solemnidad para un acto tan importante como el que significa estar en ante la presencia real de Dios, de Jesucristo, del Hijo de Dios, me hace pensar que realmente nadie cree que en esa Sagrada Hostia (Víctima) está realmente el Señor.
Hemos reducido el Sacrificio de la Misa a un acto social en el que cantar, oír y recitar no tiene más sentido que el que se ofrece en las reuniones protestantes. Terminada la liturgia, la gente se pone a charlar en voz alta y animadamente entre sí, a cotillear lo que ha pasado durante la semana, aunque al lado esté la capilla del Santísimo o incluso de espaldas al Sagrario, donde está Jesucristo de manera permanente. Esto se parece mucho más a una iglesia protestante, luterana, y no reconozco y a la verdadera iglesia católica y apostólica romana u ortodoxa.
La Iglesia se ha secularizado, gran parte de las profesiones religiosas y del sacerdocio parroquial también y la liturgia se ha desacralizado. Se ha renunciado a la salvación de las almas por la salvación de los pobres. Y el laicismo va avanzando ante una Iglesia que se va secularizando.
Hay que volver al núcleo del cristianismo, al núcleo de la redención del hombre por la pasión y muerte de Jesucristo; a la salvación de las almas y del hombre resucitado, para que vaya hacia la vida eterna del cielo y no hacia la muerte eterna de los infiernos. Al amor y temor de Dios. Hay que volver a dignificar y solemnizar los actos de la vida cotidiana del hombre y de los de su relación con Dios. Hay que dignificar y solemnizar su relación con Dios tanto personalmente como a través de la Iglesia y su liturgia,