Hay una gran diferencia entre el concepto de infinito y el concepto de eterno. La idea de infinito está asociada al movimiento mientras que la de la eternidad está asociada al presente, todo el movimiento está presente.
Entendemos por eterno lo que no puede ser medido por el tiempo, lo que siempre es igual, siempre estático, siempre presente. No está sujeto al tiempo. Está por encima del tiempo y del movimiento. Porque lo eterno hace presente el pasado y el futuro, el principio y el fin de todo movimiento.
Sin embargo, el concepto de infinito es algo que no tiene fin. Un movimiento, una acción que nunca finaliza, pero es un movimiento, una acción.
Es más fácil, así, la comprensión de algo infinito que algo eterno. El infinito puede tener un principio que dure para siempre. Pero lo eterno, no. Lo eterno no tiene principio ni fin.
El sentido racional de Aristóteles le llevó a negar que un cuerpo pudiera ser infinito. Aristóteles, siguiendo a Pitágoras, concibe la idea que el infinito sea equivalente a la imperfección porque nunca es cumplido, no es plenamente realizado, como sin embargo sí lo es para lo finito al cual no le falta nada para ser completo.
Pero si el infinito no fuera posible, una vez acabadas todas las cosas solo quedaría la nada. ¿Y el concepto de la nada es más racional que el del infinito? No.
San Agustín escribió que el tiempo existe sólo dentro del universo creado, de manera que Dios existirá fuera del tiempo, ya que para Dios no existe pasado ni futuro, sino únicamente un eterno presente. En ese espacio atemporal todos los acontecimientos están presentes, todos los movimientos esta presentes.
De este modo, Dios existe antes de que el tiempo comenzara, existe durante todos los momentos del tiempo, y continuará existiendo si de algún modo el universo o el tiempo dejaran de existir.
De la misma manera que imaginamos que todo el espacio está realmente ahí fuera, que existe realmente, también deberíamos imaginar que todo el tiempo está realmente ahí fuera, que también existe realmente. Pasado, presente y futuro parecen ser ciertamente entidades distintas. Pero, como Einstein dijo en cierta ocasión: «Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que sea»[1]. Lo único que es real es la totalidad del espacio-tiempo.
El estudio por las matemáticas del concepto de infinito fue ya iniciado en el siglo VII por John Walls quien introdujo el símbolo de un ocho tumbado para expresarlo en su obra Aritmética Infinitorum, y hoy en día utilizado por el análisis matemático.
Pero con el concepto de lo eterno no se puede jugar mediante el análisis matemático. La representación geométrica podría ser la de la circunferencia. No tiene principio ni fin pero sin embargo en finita. Porque si la siguiéramos, tratando de alcanzar el final, no lo lograríamos nunca. Y en el mismo vistazo vemos toda la circunferencia.
Antiguamente la eternidad es simbolizada a menudo por la imagen de una serpiente que se come su propia cola, conocida como Ouróboros. El Ouróboros simboliza el ciclo eterno de las cosas. Se representa como el eterno retorno. Este mito de la serpiente o el anillo ha estado presente en las mitologías egipcia, griega y nórdica. Esto inspiró a Nietzsche para expresar la idea del eterno retorno de lo idéntico. En el «eterno retorno» como en una visión lineal del tiempo, los acontecimientos siguen reglas de causalidad. Hay un principio del tiempo y un fin, que vuelve a generar a su vez un principio.
Hoy en día son los físicos, los matemáticos y los astrónomos los que más avanzan en la compresión de nuestro medio. Del concepto espacio-tiempo se pasó al espacio-tiempo-gravitacional y, de este, al de Hiperespacio multidimensional convergiendo las ecuaciones correspondientes a la gravedad y la luz.
Sería posible en el futuro un hombre biotecnológico, inmortal y con el dominio del espacio-tiempo multidimensional, pero, ¿qué tiene que ver esto con la eternidad?
[1] El tejido del cosmos, Ed. Crítica, 2010, p. 183-184
Sólo digo que ojalá exista la vida eterna.