Los valores principales del cristianismo son la Verdad, la Libertad y la Dignidad de cada persona. Pero el mensaje más importante del cristianismo es el de la inmortalidad del alma individual de cada persona, el de la trascendencia de la conciencia tras la muerte.
Pero no solo eso. El mensaje del cristianismo va más allá. Es el de la resurrección de la carne, la resurrección de los muertos con su alma y su cuerpo… Y el perdón de los pecados.
San Pablo, en su carta a los Filipenses, dice: Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso (Flp. 3. 21). En referencia a la resurrección, también recojo algunos de los párrafos de San Pablo, en su primera carta a los corintios, que dicen:
Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también vuestra fe…
Alguien preguntará: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo? Tu pregunta no tiene sentido. Lo que siembras no llega a tener vida, si antes no muere. Y lo que siembras, no es la planta tal como va a brotar, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de cualquier otra planta. Y Dios da a cada semilla la forma que él quiere, a cada clase de semilla, el cuerpo que le corresponde…
Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales.
Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual. Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida. Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después. El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo. Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial. De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial…
Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad. Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida … ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Es muy cierto el gran sacrificio de Jesús y la catarsis que esto provoca en los cristianos y no cristianos. Algo difícil de comprender y muy fácil de admirar. Pero los asombroso no es la muerte, sino la resurrección y la ascensión de Jesús a los cielos, donde reina junto al Padre, formando parte de él, de su divinidad. El cristianismo, desde que finalizó su persecución por Roma, ha venido identificándose con la cruz; y esa significación, ya no con la cruz, sino con Jesucristo crucificado, llegó a su cumbre en las imágenes de cristo crucificado, de la flagelación y del martirio, del período barroco hasta nuestros días. Ningún cristiano lo debe olvidar. Pero creo que es muy importante la imagen de Jesus resucitado, de Jesús como Cristo Rey, del Pantocrátor. Esa imagen tan frecuente en las pinturas románicas y en las representaciones bizantinas y de las iglesias ortodoxas. También en las representaciones de Maiestas Domini o la Majestad del Señor, representado sobre todo en los ábsides y en los capiteles, tímpanos prerrománicos y románicos de las iglesias.
Este es el verdadero Cristo Resucitado. Triunfante sobre la muerte y el pecado; poderoso y en posesión del Reino de los Cielos, ganado para aquellos de nosotros que le seamos fieles. Así, como él resucitó, resucitaremos nosotros con un cuerpo glorificado, más allá de las limitaciones del tiempo y del espacio. Resucitaremos para la vida eterna, en el cielo, o para la muerte eterna en el infierno.
Dios es Amor, es magnánimo y misericordioso. Nos ama y nos quiere para el Cielo. Pero también nosotros tenemos que amar, tenemos que querer salvarnos y que Dios nos salve. Por medio de Jesucristo: “Todo aquel que me reconozca en público aquí en la tierra también lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo; pero al que me niegue aquí en la tierra también yo lo negaré delante de mi Padre en el cielo.” Mateo 10:32.