Hay gente que piensa y actúa de buena fe y hay gente que lo hace de mala fe.
Por una parte están los egoístas, los envidiosos, los que someten cualquier ideal a su propio mezquino interés personal; los que están dispuestos a calumniar y mentir con disimulo para eliminar a cualquier contrincante en su empresa, en su sector o en su partido; aquellos para los cuales cualquier medio es lícito para satisfacer su egoísmo; aquellos para los que la única moral válida es la que está a su servicio.
Los ha habido desde que el hombre es hombre y los seguirá habiendo, pese a que esas actitudes no traen más que desgracia e infelicidad a los que las adoptan. Es parte de la condición humana.
Y con ellos hay que convivir y a ellos hay que tenerlos en cuenta cada día para protegerse, para estar precavidos, para evitar, en la medida de lo posible, que hagan daño.
Pero también hay mucha gente buena (la mayoría), que actúa de buena fe, aquellos para los que su progreso personal no se basa en luchar contra los demás, de machacar al posible competidor, sino en competir noblemente, limpiamente; esta gente buena, cuando gana, y más cuando gana con los demás, es tremendamente feliz y hace felices a los demás. Cuando gana, gana de verdad.
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